martes, 28 de junio de 2011

Hace unas cuantas vidas (con Laura)

No éramos tu y yo, éramos nosotros.
No teníamos cada uno un lado de la cama para hacer, lo hacíamos al lado de la cama y nos teníamos cada uno.
No mirábamos a la Luna para enamorarnos, la Luna nos miraba por enamorados.
No había papeles que regularan nada, solo un librillo de OCB en la mesa que pegaba regular.
Para nosotros no existían normas, todo era un campo de batalla donde podíamos jugar libremente con nuestros sentimientos, bombardear con sonrisas, disparar con miradas, derrotar al enemigo con un solo beso.
Podía pasar horas diciéndote lo mucho que me gustaba que me tapases el cuello con tu pelo, que me hablases tan cerca que ni tu te enteraras.
Podía pasar horas maldiciendo las milésimas de segundo donde tu parpadeo me censuraba la alegría, pero hoy pasan las horas peor que hace unas vidas, ¿por qué?
Me encantaría decir que todo terminó bien, que conseguimos cumplir todas nuestras promesas, todas aquellas que pactabas con un pequeño mordisco en mi labio. Pero nuestras sábanas dejaron de ser refugio de los problemas exteriores, esos que consiguieron introducirse lentamente por nuestro cabecero, ese que compramos en aquella tienda de antigüedades por su peculiar tallado de una pareja desnuda, esos problemas que fueron recorriendo poco a poco nuestra almohada y nuestro colchón, esos que han sido mi despertador, pero, ¿qué pasa?
Despierto y estoy solo, en el pie de la cama solo hay ropa, y es la de hace unas cuantas vidas, creo que todo ha sido solo un sueño, y recuerdo que estoy solo, que lo único cierto es que hay un librillo de papel, y que ha sido la combustión de este lo que me ha hecho pensar que me has mordido el labio, que nuestro campo de batalla ha existido y que tú ibas a despertar habiendo hecho sudar el otro lado de la almohada. Hace unas cuantas vidas eras un sueño, hoy eres un motivo de melancolía.

martes, 14 de junio de 2011

Bajo el cartel del corte inglés

Bajo el cartel del corte inglés solo hay farolas y una fuente que no echa agua. Desde la carretera el panel se ve estilizado, desde aquí solo es estúpido, aunque si nos hemos fijado en el será por algo.
Bajo el cartel del corte inglés hay un proyecto de parque. Hay gatos recién nacidos en mitad del camino que lleva al banco que te pide un clipper y un cartón. Uno de ellos está en la chusta de la vida y nos deja acariciarlo, y pese a que nos pinche con su marcada columna vertebral, la ternura es notable en el momento. El otro escapa avisando a la madre de que estamos fijándonos en ellos.
Bajo el cartel del corte inglés hemos hecho viajes astrales, quien los haya hecho conmigo sabe a qué me refiero, y hemos cambiado dicha publicidad por un paseo por el universo.
Bajo el cartel del corte inglés una cani nos ha pedido una calada de un cigarro de liar creyendo que era un porro.
Bajo el cartel del corte inglés el atardecer no es melancólico, pero es bonito.
Bajo el cartel del corte inglés estamos nosotros, pseudovíctimas del capitalismo que intentan escapar de la sociedad, pero aun así, una vez escapamos para sentir que nadie nos oprime, ¿dónde estamos? Bajo el cartel del corte inglés.

sábado, 11 de junio de 2011

"Pause"

Eso fue lo que le dijo la fémina mientras estaban manteniendo las relaciones que eran el preludio de un aturdamiento provocado por el orgasmo. Él ponía música que, acompañada de unas velas alrededor de la cama, eran el único acompañante de la pareja en el camino hacia el "piti de después", pero ella se cansó de dicho acompañamiento, le dijo que estaba harta de no ser la cantante en sus peculiares conciertos, que quería elegir la banda sonora de su vida.
La música es más que sonido, es más que el dinero que mueve, es un idioma, un menú donde elegir los platos que más convienen a cada momento de nuestra vida. Pero, ¿por qué no la utilizamos como tal? Pongamos, como ella, la música de nuestra vida. Yo ya la he puesto, y el disco de mi día a día es muy variado; llevo jazz y blues cuando quiero que la Tierra y todo lo que conlleva solo sea un globo inflado por los míos y por mi a nuestro antojo. Llevo una voz femenina a capella para cuando me apetece creer en el amor y tener una nostalgia selectiva. Llevo rock para que la sangre bombee a un rítmo igual en todos los que estamos presentes. Llevo un disco de Bob Dylan para un viaje en el que el THC y las teorías científicas sean lo único que nos acompaña. Llevo drum&bass para moverme con los bombos cuando a Zoze le apetece hacer del gran eje un Dakar.
Quizá parezca una tontería, pero cada música me hace vivir cada momento de una manera, cada rítmo me hace entender cada idioma sin haberlo estudiado; cada compás es un bombeo de mi corazón entendido como órgano que solo bombea sangre, y cada final de canción es el morbo del rítmo que me espera en la siguiente.

domingo, 5 de junio de 2011

Maybe tomorrow

Se despertó la princesa y su amante ya no estaba allí. Quedaba todas las noches con el que domaba a los leones para echar un rato placentero, y cuando despertaba ya no estaba, lo que hacía que su relación con su futuro príncipe no peligrara.
Quizá fuera la vergüenza de llevar ese apellido o el afan por el morbo lo que la movieran a volverse una adicta a dichos hábitos. Con esto no quiero referirme a que la princesa fuera ninfómana, sino a que la princesa le cogió gusto a eso del amor oculto.
El tiempo iba pasando, y ya había varios domadores de leones que escapaban antes del amanecer, pero, ¿era feliz la princesa? Puede que sí, el morbo de que la corona de su príncipe fuera un casco vikingo, el morbo del afan de superación entre los domadores y el morbo de ser quien era la hacían estar satisfecha. Ahora que escribo esto, quizá no fuera felicidad, quizá fuera morbo.
Pasó el tiempo, murieron los reyes y la princesa fue reina. Salieron a la luz todas las noches con domadores de leones, el problema fue creciendo y al final la decapitaron.
Quizá el cuento no os diga mucho, pero el problema de la princesa no fue no saber ser reina, sino no saber ser princesa. Quizá eso os diga más.