miércoles, 29 de febrero de 2012

Tres meses de alteración de sentidos

Sus bragas colgando del cuello de mi guitarra, su sostén haciendo de candado de los dos cajones rotos del armario. Sus pantalones cuelgan del ventilador cansado de girar y su camiseta, perdida después del enésimo imagináosquéyquizánoacertéis, ahora es remplazada por otra mía que no se de dónde ha salido y que le llega hasta las rodillas.
Hay litros en la esquina con complejo de castillo de naipes, colillas ilícitas por doquier imitando a pescadillas con la cola en la boca y una maldita barra de labios paseando por las sábanas al rítmo que yo me busco, de manera poco fructífera, la herida que está causando el desaliño. Bendito desorden.
Le digo que es hora de recoger, que por mucho que disfrute ante esta escena de película todo lo que la sociedad nos ha impuesto nos espera. Me dice que me calle, que deje de decir sandeces, se ríe de mí, y cuando ve que me estoy empezando a mosquear (más que con ella conmigo por imbécil porque a mí la sociedad no me ha impuesto una mierda) le quita la pila al reloj y para el tiempo. Me tira a la cama de nuevo, me da un beso y el resto lo dejo para mi recuerdo, que no escribo para hacer volar hormonas.
No puedo contar cuánto tiempo me hizo sentir el mediocre más feliz del mundo porque había parado el tiempo, pero cuando abrí los ojos se había ido. Otra más a mi lista de mujeres que me abandonan despues de la utopía de mis escritos, otro romance estable que dura lo que la alteración de mis sentidos, una tarde en el García Lorca con nostalgia, un vaso medio lleno, tres meses para dejar de ver la Heaven y Bershka a las 8:15 en días laborables.