miércoles, 12 de junio de 2013

Optimizándome

Hace alrededor de nueve meses empecé a llevar a cabo mi magnífica idea de estudiar una ingeniería. Es el tiempo de gestación en los humanos, pero a mi este feto nada más que me ha dado patadas en los cojones (no se me ocurre ni me apetece hacer una metáfora sobre esto, sobre todo porque pretendo que se entienda rápido).
 Estoy cabreado conmigo, han podido más las patadas del feto que yo. Llegué aquí con ganas de comerme todo poco a poco, de tener mil historias que exagerar con un bolígrafo y otras mil de las que arrepentirme, y ahora vivo casi fuera de la ciudad sin más ganas que las de tener media hora para que al apagar la colilla mi cerebro esté en otro lado o, simplemente, no esté. 
Ya sé lo que es perderse en el Albaycin, un beso bajo la lluvia en el arco de Elvira o un poema de a saber quién en los labios de una réplica de alguien de quien ya he hablado aquí más de una vez, pero, ¿por qué coño no tengo nada que contar? 
Es aquí donde empieza la ingeniería.
Optimiza. Así puedo resumir mi día a día. No paran de repetírtelo en clase, es como Rajoy con la herencia o como mi padre con lo de que me entiende, y es esto lo que me preocupa. 
Poco a poco te van metiendo en la cabeza que lo mejor es el camino más rápido, menos costoso y con menos palabras. 
No me lo creo, me niego. ¿De qué te vale optimizar algo si es una absurdez? ¿Se optimizan las cosas realmente importantes? No creo que la mejor opción en la vida sea minimizar los problemas y seguir optimizando tu mierda de día a día. 
No sé por qué me parece que lo que escribo no sirve para nada, puedo decir sin duda que esto que escribo ahora no vale un carajo, pero he perdido las ganas de parecer el de las sombras de Grey o el piloto que dibujó una caja a una alucinación que pedía un cordero. Todavía no llevo ni un año metido en esto, pero creo que la utopía y la poca literatura que tenía dentro ya las he vomitado algún domingo.
Me gustaría saber si ésto es en realidad culpa mía o es que me han optimizado las pocas neuronas que me queden, pero no estoy a gusto sabiendo que de una noche con una fotógrafa, en vez de un cuento medio inventado por mí, me queda sólo algún flash.