miércoles, 7 de noviembre de 2012

Hace seis meses

Seis meses sin llorar por aquí. Medio año sin intentar disfrazarme de quien piensa que no estamos bien, que no estoy bien. Y no porque esté bien, en realidad no sé el por qué. Quizá sea que ella me robó las ganas de maquillar lo cotidiano cuando se llevó lo cotidiano y me dejó manchado de su maquillaje, o quizá no, eso fue hace más de seis meses.
Ahora vivo donde quería vivir hace seis meses, haciendo lo que creía que quería hacer hace seis meses. Esto es tan bonito como lo veía por fotos hace seis meses, y la cerveza sabe bien teniendo una ciudad así bajo mis pies colgando de un balcón natural, pero hace seis meses veía una libreta y un bolígrafo al lado del litro, y ahora lo único que hay al lado del litro, es otro litro y la puta manía de mirar el reloj.
Hace seis meses la gente me aconsejaba, otra cosa es que yo hiciera o no caso. Ahora, salvando algún caso, la gente me habla de ellos cuando termino de contar lo que me pasa por la cabeza. Puede que sea por eso por lo que hace seis meses que no toco esto, porque me da miedo que el blog me abra una ventana y me cuente alguna historia borrando lo que yo he escrito sobre ella o sobre lo que me jode cómo estamos, o cómo estoy. Aun así, hay algo que me tranquiliza, y es que sigo soñando, y con eso basta, porque sé que dentro de seis meses habrá otra libreta al lado del litro, otra ella sobre la que seguir dando la lata por aquí y otros consejos a los que hacer o no caso.

jueves, 17 de mayo de 2012

Abel (texto ganador concurso literario instituto)


Era el mediodía de un cálido día de primavera. En el cementerio, sólo el cura, el director de la residencia de jóvenes huérfanos y un par de funcionarios del lugar ayudando a amenizar el trámite.
-Sabemos poco de él, era un chico retraído, pero demasiado joven para morir. Descanse en paz.
Después de la rutinaria puesta bajo tierra, nadie volvió a recordarlo.
Abel era un chico aparentemente normal. Vivía en una residencia de jóvenes huérfanos. Tenía ya 21 años pero dependía de la caridad de dicha asociación, ya que no estudiaba ni hacía intento alguno por fraguarse un futuro sin depender de nadie, aunque esto ponía en duda a quien, con suerte, oía la coherencia de sus breves discursos.
A medida que fue abandonando la infancia, las relaciones sociales también se despegaron de él, pero fue él quien decidió romperlas. Odiaba la sociedad, y no por algún problema mental, sino porque la veía como un juego, y pensaba que quien tenía el mando se encontraba siempre ebrio, por lo que causaba un gran desaliño social que acababa con violencia como solución a desacuerdos y dogmas como solución a razonamientos de quien no era una oveja del rebaño.
Abel se dedicaba a dormir y escribir. Todos lo  miraban en el comedor como un animal extraño que, creído en extinción, aparecía para comer.
Hoy sabemos que lo que realmente daba sentido a su vida eran esas dos rutinarias acciones. Abel no dormía, sino que soñaba. Todas las noches su encuentro con las sábanas era el acercamiento a su verdadera vida. El joven soñaba todas las noches con otro mundo, similar al nuestro, pero sin jugador ebrio. Es lo que verdaderamente hacía al chico sentirse lleno. Soñaba y escribía lo que veía cuando, cerrados los ojos, su cerebro echaba a volar.
Cuando no podía dormir, se dedicaba a leer su vida, su sueño. Era feliz leyendo sobre sus amigos pseudonocturnos, era melancólico cuando la sensualidad de aquellas letras escritas en tinta de bolígrafo convencional le hacía pensar en las curvas de aquella fémina que se iba de la cama cuando él despertaba. Sentía, y eso era lo importante para Abel.
Entre la almohada y la celulosa de sus cuadernos, vivía día a día con una felicidad censurada por la tristeza y soledad de quienes lo rodeaban, pero estando solo en su habitación tenía todo cuanto necesitaba.
Así pasaron algunos años. Abel dejaba de ser un adolescente y los sueños cada vez eran más profundos, más fructíferos para su cerebro (no le gustaba hablar de alma ni corazón, eran dos de los dogmas que lo habían convertido en un  casi animal solitario), hasta que Abel decidió tomar la decisión.
Era un cálido día de primavera. Se despertó temprano como solía hacer y pensó que era la hora de empezar a vivir, por lo que en lugar de coger el bolígrafo como hacía normalmente, abrió la ventana y saltó.
Sólo el director de la residencia estaba despierto, lo que aprovechó para llamar a los servicios funerarios y evitar el estruendo y el comadreo que una muerte conlleva.
Realizaron el entierro sin mayor preocupación que la de estar a la hora de comer enfrente del plato, y se limitaron a decir que era demasiado joven para morir. Quizá Abel hubiera roto su silencio ante esto en vida, y si lo hubiera hecho, estoy seguro de que hubiera dicho: “Quizá no soy demasiado joven para morir, sino demasiado viejo para empezar a vivir”.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Tres meses de alteración de sentidos

Sus bragas colgando del cuello de mi guitarra, su sostén haciendo de candado de los dos cajones rotos del armario. Sus pantalones cuelgan del ventilador cansado de girar y su camiseta, perdida después del enésimo imagináosquéyquizánoacertéis, ahora es remplazada por otra mía que no se de dónde ha salido y que le llega hasta las rodillas.
Hay litros en la esquina con complejo de castillo de naipes, colillas ilícitas por doquier imitando a pescadillas con la cola en la boca y una maldita barra de labios paseando por las sábanas al rítmo que yo me busco, de manera poco fructífera, la herida que está causando el desaliño. Bendito desorden.
Le digo que es hora de recoger, que por mucho que disfrute ante esta escena de película todo lo que la sociedad nos ha impuesto nos espera. Me dice que me calle, que deje de decir sandeces, se ríe de mí, y cuando ve que me estoy empezando a mosquear (más que con ella conmigo por imbécil porque a mí la sociedad no me ha impuesto una mierda) le quita la pila al reloj y para el tiempo. Me tira a la cama de nuevo, me da un beso y el resto lo dejo para mi recuerdo, que no escribo para hacer volar hormonas.
No puedo contar cuánto tiempo me hizo sentir el mediocre más feliz del mundo porque había parado el tiempo, pero cuando abrí los ojos se había ido. Otra más a mi lista de mujeres que me abandonan despues de la utopía de mis escritos, otro romance estable que dura lo que la alteración de mis sentidos, una tarde en el García Lorca con nostalgia, un vaso medio lleno, tres meses para dejar de ver la Heaven y Bershka a las 8:15 en días laborables.

lunes, 23 de enero de 2012

Nuestra feliz involución

Dicen que las máquinas tienen la utilidad de hacernos el trabajo para ahorrarnos esfuerzo, por lo que nosotros tenemos que dejar de hacerlo. Decidme cuál es la máquina que piensa, porque parece que nosotros hemos ya dejado de hacerlo.
Siglo XXI, máximo desarrollo. Y un nabo.
Cada día me desilusiono más con la gente que tengo alrededor. Ya no hay libritos de niñas americanas con un Dear Diary en cada principio de hoja, ya no hay secretos, ahora hay twitter, un veloz medio de comunicación que mis prójimos usan para que yo tarde segundos en saber qué coño están haciendo. #Hecomidopollo, #cosasquemegustahaceralas14:15. Creo que bastan comentarios, hoy no tengo ganas de cabrearme.
Nos cierran Megaupload. Y es lo primero que hacen. Abróchense los cinturones y guarden su libertad bajo llave, quizá algún día quieran devolvérnosla.
Nos capan la cultura, nos ponen profesoras con tacones porque de aquí a poco tendremos que pagarle nosotros para que hagan un rato su trabajo, nos venden cosas que no existen y cada día son más caras, no nos dejan hacer uso de lo que podría solucionar muchas cosas, no quieren paz, quieren una tranquila sumisión, y todo esto mientras Antena 3 es líder en audiencia. Qué bien.
Ley SOPA, Sinde, autoritarismo estadounidense, fascistas televisivos, policía, callaos y dejad que me fume este en silencio para que la musa que me hace creer que lo que escribo tiene sentido no se asuste y huya.
Feliz Involución y prospera condena nueva.