miércoles, 21 de mayo de 2014

Hasta la Luna

Con cara de póker y conocimiento de causa, echaba el todo a mis defectos que, sin quererlo, se habían convertido en parte de ella.
Yo me vendía nocturno y seguro, exhalando (que es como expulsar pero con elegancia) un blanco y denso humo sin parar y regalándole los oídos; ella me compró de resaca un domingo por la mañana, comprando churros con los ojos luchando por abrirse.
Además de mis defectos, se hizo dueña de mis instrucciones y, cuando intentaba engañarla, la misma cara de póker me miraba entre la decepción y el erotismo que le provocaba quererme y odiarme con niveles que fluctuaban entre la noche y el día.
Al final se hartó de mí aunque no tuvo tiempo de decírmelo mientras se peleaba con las sábanas por mí y, sin darme cuenta, se fue. No muy lejos pero lo suficiente como para no saber dónde exactamente estaba el término medio. Estaba a una distancia equiparable al momento en el que puedes afirmar, sin miedo a equivocarte, que el brick de leche pesa lo suficiente como para decir que queda poca.
Como era de esperar al fin de la historia, yo quise enmendar mis defectos pero, creyéndolos muertos, ella seguía teniéndolos guardados.
Lo raro de todo esto es que fue el mejor final posible. Se ha quedado mis defectos y en su boca hasta llegan a excitarme. Ha cambiado la cara de póker por la de una indiferencia mal fingida que destapa el erotismo de odiarme y, cojones, hasta la Luna está más gorda desde que no follamos.