miércoles, 26 de enero de 2011

La siete de un recopilatorio

Quizá fuera lo inesperado o lo que algunos llaman destino, pero esta vez ni el dinero pudo consumir las ganas de hacerlo. Después de una ida y un dolor, ambos de cabeza, solo fue la carretera la que convencía de que se estaba haciendo bien.
Quizá fuera la humedad en el ambiente o el abundante estimulante inhalado, pero fue llegar y lo primero que se encontró fue la autosatisfacción escondida en la séptima canción de un recopilatorio rayado de Bob Dylan.
Entre las olas y unos filosofeos teñidos de verde, me vi dentro de aquel agua, de la luna de aquella noche.
Me gustaría poder decir lo que pensé, pero no sé escribirlo con letras; vi que fui feliz con solo estar allí, vi las olas rompiendo como algo que va más allá del ruido que se esconde detrás de los gritos de agosto, oi la música del silencio y la única niebla que me separó de la nada era la del humo que me hacía sentir cómodo.
Pensé cursiladas sin parar, pero me era inevitable, sentado en una roca mirando la línea que hace la unión del cielo con el mar lo vi todo bonito por un instante, e intenté explicarme el por qué de esta belleza, el por qué de mi enamoramiento instantáneo hacia unas curvas que nunca me abrazarán en la cama ni me dirán te quiero, el por qué nuestra indiferencia hacia la naturaleza y su respeto hacia nosotros, y con todo esto y más cosas que no entendí, llegué a una conclusión; aparte de buena compañía, mi estable sonrisa ha sido "gracias a que la naturaleza sea tan incomprensible".

martes, 11 de enero de 2011

Paró el crono

Y se paró el cronómetro, marcando:
-2h 36' 24'': Le fue fácil dejarse llevar, y dejando salir sus palabras, echar por tierra el compromiso de su familia en una vida sacrificada.
-15'': Fue lo qu tardó en caer de aquel lugar y en bañar el suelo de un particular rojo.
Pero, aunque solo fueran 15 segundos, le dio tiempo a recordar las últimas marcas que tomó su reloj, aunque sin mucha precisión:
-Algo menos de un año fue lo que estuvo cegado por una venda transparente que le dejaba ver solo algunas cosas.
-Un instante fue lo que tardó en traducir Carpe Diem al idioma de sus actos y ver que estaba en el cielo, fue el tiempo que le hizo falta para sonreir.
-En poco menos de dos minutos estaba terminando de dar saliva al papel y el pellizco a la risa tonta.
-Una escasa hora, fue lo que tardaron aquellas dos blancas velas en apagarse, quitándole la luz a aquellas curvas encima de mi cama, apagando su pelo rubio encima de mi pecho y su brazo rodeando mi cuerpo.
-Un parpadeo, de esta medida se acordaba mejor, pues la había vivido todos los días. Era el tiempo que le hacía falta para enamorarse, al ver los ojos de esa, la voz de aquella, el pelo de esta o el escote de alguna otra, o incluso aquel pájaro moviendo la rama del árbol del parque.
Cuando quedaban solo dos segundos para que terminara su caída hacia el olvido pensó que en verdad no tenía motivo para hacerlo, que el amor a la vida y la suerte de poder ser quien era le podían a la barrera que tapaba el perfeccionismo, a la adicción al ibuprofeno y al calor de julio.
Justo antes de caer volvió a parar el reloj de su vida, y volvió a las tres últimas horas, cuando no había echado por tierra a nadie cercano. Volvió y vivió su vida, con lo que comprendió que la única barrera que nos separa de la satisfacción (que no de la felicidad) es nuestra incomprensible complejidad.